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Por Alejandra Marcillo

@Alejadejavu

 

 

Dicen que de alguna manera el arte es la única libertad que el hombre posee, pues el arte nunca busca una dirección, nunca va dirigido a nadie, nunca busca crear una verdad, o como dijo Nietzsche "Nosotros tenemos el arte para no morir de la verdad".

 

Se podría decir que al interior de Colombia se encuentra un coctel étnico y cultural que por supuesto se ve reflejado en diversas e interesantes expresiones artísticas, esto gracias a la herencia de raíces españolas, africanas e indígenas que aún se reconocen en el país.

 

Cuando se habla de arte se hace referencia a múltiples áreas, como la música, artesanía, arquitectura, danza, literatura, pintura, escultura, moda, teatro y en efecto, al contrario de lo que Nietzsche decía, es cualquier reflejo tácito o locuaz de la realidad.

 

Sin embargo, y sin desmeritar su valor a través del tiempo, el arte ha sido mal influenciado por numerosos movimientos políticos, lo cual le ha quitado lo esencial a su espíritu. Esto no quiere decir que contextualizarlo esté mal, pero subjetivarlo políticamente de mal manera, daña su fin artístico alternativo.

No obstante, las relaciones entre el arte y la política no son algo nuevo. Empezando con una época tan lejana como el Imperio Romano; en los años veinte con el surrealismo, luego con el action painting; y después con producciones consideradas marginales como los grafittis, las historietas o el body art; todos han sido enunciados ideológico- políticos.

 

No se trata, en esencia, de una reacción a un mundo donde todo atenta contra el individuo, sino una expresión de diferentes opiniones que simplemente, y muchas veces, es imposible hacerlas públicas por otro medio que no sea el arte.

 

Ya desde la época precolombina se hallan las primeras manifestaciones artísticas colombianas, de las cuales se conservan restos palpables de los diferentes productos elaborados y que permiten reconocer, de cierta forma, la ideología presente en la época. De igual manera podemos observar que el arte preservado desde épocas antiguas en cualquier parte del mundo permite dar razón de lo mismo.

El problema llega cuando la política comienza a hacer un uso del arte en pro de campañas electorales, en pro de corrupción o en pro de procesos y personas, es ahí cuando se acaba esa “libertad” que debe ser el arte y se convierte en política disfrazada.

 

Lo que propongo realmente es “politizar” el arte y acabar con el “arte político”. Manifestar un desacuerdo ante el degrado del arte que en la actualidad es causado porque alguien le dio a los políticos una cámara fotográfica, o una clase de dibujo, por mencionar sólo algunas cosas.

 

No me refiero con esto a separar las relaciones entre arte y política, pues estas no se desligarán porque al igual que en todos los contextos culturales surgen con una dependencia unidireccional, solamente darle su lugar a estas dos piezas igualmente importantes en la sociedad.

El verdadero lugar de la política en el arte

Octubre 9, 2013

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