Desperté con ganas de beber un trago; pero no tengo ninguna botella en casa. Bajo algunas gradas hacia la sala de estar para desplomarme en el largo sofá blanco que me regaló el señor Garzón, dueño de la antigua casa en la que vivía, la cual estaba amoblada con un par de reliquias. Me trae muchos recuerdos ese viejo mueble. Es inevitable no contemplar la mañana atreves de esa ventana de vidrio que cubre la parte frontal de la planta inferior de la casa. El cristal muestra una demarcada transparencia de niebla entre los largos pinos que rodean mi estancia. Estoy lejos un poco inalcanzable de contacto. Abro la puerta, se me entumen los huesos y la punta de la nariz. Amo tocarla y encontrarla fría entre mis manos, me da la idea de que es tan frágil como una porcelana y que con cualquier martilleo se desvanecerá. Desde allí afuera avisto unas tiendas de campamento cerca, una canastilla, y logro ver unas botellas de licor. Sí, parecen ser varias. Siento enorme curiosidad de saber si aún conservan su contenido.
Esta mañana realmente he despertado con un profundo deseo de beber. Debe ser por lo que hace más de dos meses no bebo ni fumo un solo cigarrillo, y me intriga el sexo de quienes ocupan las tiendas de campaña. Estaría mejor si fueran hombres. Temo más a las mujeres; me parecen naturalmente algo misóginas. Por eso creo que sería mejor encontrarme con tipos, que son más aptos para propiciar cualquier tipo de conversación. Me dan ganas de plantarme frente a esas personas que están a unos cuantos metros, en especial ante las botellas es como un recuerdo de antaño, ese fulgor incandescente del licor quemando el pecho en su primer desliz por la garganta; por lo que me decido, voy a ir, busco distracción, aligerar el tiempo. Al fin y al cabo no está mal. No es ninguna conducta errada, solo diferente a los días antecesores a este. Me pongo en marcha, camino y mientras lo hago, procuro arreglar mi cabello para no parecer una energúmena del bosque. Camino entre la bruma y la paja caída de las ramas de los pinos que acolchona el suelo y hacen deslizarse fácilmente. Los nervios aumentan en mí, no sé cómo acercarme y parecer chispeante, cómo encapsular el carisma en una sola frase, suelo hacer ensayos mentales:
-Hola, ¿tienen trago?
-Sí – supongo que ellos responden.
-He… me dan un poco es que he despertado con un deseo increíble de beber y no tengo ningún tipo de licor en casa –creo que esa sería mi otra parte del diálogo.
Al fin llego, están sentados fuera de las carpas: tres hombres y una mujer. Miran fijo con una señal de interrogación clavada en sus ojos.
-Buenos días, vivo en una casa cercana desde donde los pude ver y solo quería echar un vistazo y hablar un rato
-No pasa nada, tranquila, gusto en conocerte -dice uno de los chicos-
-¿Y cómo te llamas?
- Flora.
-Combina con el bosque –responde uno de ellos.
- Siéntate flora -me sugiere la vieja pelirroja. Y me pasa una de las botellas que tienen empezadas. Creo que es brandy. Sí que me satisface la ansiedad, el solo hecho de tomar el cuerpo de la botella y deslizar el contenido en mí. De nuevo regresa la sensación de fuego proporcionada por el licor. Se da un choque entre el fuego de la sangre con el hielo de la piel. Es realmente bella la pelirroja. La observo: es blanca con piel ligeramente pimentada de rojo, así como su cabello. Le hago caso y me deslizo al suelo, cruzo las piernas y apreto las manos, ellos sonríen y preguntan si vivo sola en este bosque. Miento y digo que estoy acompañada de tres familiares más, (después de todo para qué decirles la verdad, si al fin y al cabo son extraños, y a los extraños hay que evadirles lo específico).
-Envidiable situación la tuya de vivir en el bosque, rodeada de todo esto -dice la pelirroja.
Todos acentúan a favor de esto. Tres hombres y una mujer. El primero de ellos, iniciaba la ronda a la derecha en el suelo; dice llamarse Augusto, es alto, sobre pasa más del uno ochenta, su piel es clara y el cabello es negro, acompañado de unas cejas tupidas y alargadas, una pequeña barba y unos labios sumamente pequeños, pero encarnecidos.
El segundo tipo es Juaco: rubio, delgado, de ojos verdes y de estatura media. Lo típico de un fenotipo estándar.
El tercero me parece conocerlo de antes, o simplemente su aspecto me conduce a alguien del pasado. No lo sé. Sus ojos son grandes y expresivos, perfilados por unas pestañas largas, piel blanca, cabello como una especie de bucles al viento. Varonil, labios delicados pero con un volumen acertado que no los hacen pasar desapercibidos, aun cuando pronuncia su nombre: Tobar.
La chica, como ya había dicho antes, es pelirroja, sensual, relajada algo medio descompuesto y dueña de un lindo nombre: Luciana.
- ¿Vienen de San Agustín? – hago esta pregunta porque esta es la ciudad más cercana en kilómetros.
-Mis amigos y yo venimos del norte del país y hemos viajado por días en camiones recorriendo todo el territorio, -dice Augusto- nos gusta conocer; preferimos estar moviéndonos a enclaustrarnos en calabozos que advierten ser nuestras casas… finalmente las ciudades también lo son, solo que con más perímetros de posibles traslación. Se hacen coceduras difíciles de romper con las latitudes de lo predispuesto o condicionamientos de una vida en estos márgenes de acción mal llamados “calabozos” por parte nuestra ¿entiendes? -dirige su voz a mí y continúa diciendo- me refiero a las bases, al lugar donde liga el nacimiento de cualquier humano o la permanencia de sus familias en determinado lugar. -Todo queda en silencio por un momento después de escuchar a Augusto-. Es inconsolable la idea de estar frente a una fórmula de imposición en la existencia, pero parece ser que así funciona. Lo digo por la generalidad que arrojan las reglas de una vida humana. El pasado se torna una ensoñación y no por eso deja de ser una exigencia para mantener activo el presente, realidad que es saboteada permanentemente con ironías fabricadas por la vida misma. El porvenir o tan perversamente llamado destino. La resignación de lo prescrito. Y para qué mencionar el futuro si no puede ser más surrealista que los demás estados del tiempo. Parece que no tuviera lugar ni escenarios. Por qué, cómo saber que se llegó a él. Si el tiempo está en súbito relevo. Entiendo la angustia de ellos, la comparto, pero ese ritmo que adaptaron en paralelo, ese aire de inconstancia, también no sería otra forma de predisponerse ó encasillarse. –callo, no digo nada, solo pienso-. Me toca la entraña el hecho de ocupar tiempo en pensar en cómo va la dinámica del universo, de la vida ese algo palpable a cada instante pero tan intangible a la idea. Es una locura estar y permanecer.
Sentados en el suelo delineados por la niebla y el frío que entumece las rodillas y mantiene la punta de la nariz como una bailarina de porcelana, frágil, sostenida como un leve vértice del rostro. Vuelvo de nuevo de mis pensamientos y Sostenemos la mirada en puntos afines hablando de los peligros del viaje y la aventura, de la cantidad de exposiciones a las que se someten en esa travesía de exploración que comparten los cuatro.
-Me encantaría encontrar una ciudad nudista -Juaco se acuesta sobre la paja y sigue hablando de lo que aún le falta por toparse en el camino- sí, andar en cuero es de lo más natural, por qué reducirlo solo a la playa… y, eso a las eventualmente permitidas.
Como si fuera contagio provocado por un bostezo, todos nos dejamos caer junto con él sobre la paja, caídos de risa, de gracia por esas bobadas que divierten y sonrojan solo de imaginarlo. De repente giro un poco el rostro y veo que Augusto y Luciana se besan, empiezan a tocarse. Él la despoja de su suéter y desliza su boca suavemente por su dorso, Lucí se contorsiona y desabrocha al mismo tiempo el botón del pantalón de él, bajándolo con la punta de su pie doblado y elevado a la altura de la cadera de Augusto. Es raro presenciar algo de este tipo (digo la intimidad sexual de alguien más, expuesta a mis ojos). Me sonroja y reduce a una sonrisa cómplice dirigida a Tobar
-Pasa todo el tiempo –dice Tobar.
No digo nada, parece un acto loco, divertido, espontaneo al igual que vergonzoso.
-¡Carajo! todos saben cómo lo hacen –aclara Tobar.
Tobar se acerca más y empieza a hablarme de la música que escucha, de lo mucho que le gusta fumar, de su pasión por la pintura que es lo único que extraña de estar alojado en un lugar fijo.
-¡Vaya! -dice casi suspirando por la imagen que recrea en su mente mientras habla- tener las instalaciones perfectas. Mi centro de creación lleno de botes de pintura, lienzos de locura. Me excita la idea ¡wow! Flora y ¿qué haces aparte de estar habitando en el bosque?
-Soy tipógrafa. Pero hace algún tiempo estoy formalmente fuera de ella.
-Y ¿qué haces en eso?
-Eh… ya sabes, donde se modelan papeles, sellos, contenidos, texturas, algo así como un taller de creación sobre el papel, me encanta el rollo de la imprenta y es algo que aprendí desde muy joven por tradición de la familia, pero bueno, siempre es momento del desliguarse. Y no es que no me guste más la tipografía , solo que no quiero seguir haciéndolo por mas años, sin abrirme espacio a otras cosas que dejé o quise iniciar en el pasado.
-Hummm. Así que a todos nos pasa lo mismo, una ola de cansancio llega y despoja el control. A veces todo va del carajo y otras veces, todo se va al carajo. –Sonrió.
Es divertido lo que dice. Y aún más divertido es lo que veo, no puedo creerlo lo están haciendo. Augusto hace suya la cadera de Luciana. Es un espasmo mental ver esto, salen alaridos de sus bocas, se enfurecen ante sus cuerpos. Es magnífico lo espontaneo del acto sexual para estos dos, lo natural del instinto. Pero de un momento a otro empieza a salir sangre del vientre de Luciana, como si le hubieran perforado el estómago. Me asusto.
-¡Hey para! ¿Qué le hiciste a Luciana? –digo algo ofuscada.
Tobar dice que me calme, se levanta y quita a Augusto de encima de Luciana, ella tiene una profunda herida en su dorso, parece que Augusto se la propicio mientras estaba arriba de ella, con una pequeña punta corta punzante. La pelirroja está bañada en sangre, de rojo, le cuesta respirar. Tengo miedo de que pierda su vida y ser testigo de un crimen. Me aterra pensarlo; pero estamos tan lejos que aun así, si pidiéramos ayuda, llegarían demasiado tarde, para lograr mantenerla consciente. Juaco saca vendas de su kit de accidentes, que trae en su equipaje, levanta suavemente la espalda de Luci, para pararle la lluvia de sangre que tiene sobre su piel. Quiero irme, no soportaría presenciar algo más eminentemente pesado. No entiendo por qué Augusto la atacó.
Creo que está loco, es el primer tipo que se excita y en muestra de ello quiere sacarle las tripas a la vieja. Empiezo a llorar. El rostro de Luciana se debilita, su pigmentación roja se desvanece, y ahí está Augusto impávido, desnudo, mirándola en el suelo mientras se desangra, sin decir nada y con un matiz de asesino suelto dibujado en su rostro que paraliza. No entiendo cómo no hacen algo para sujetarlo y prevenir otro ataque. Me acerco a Tobar y le susurro que si esto también ha pasado antes, quiero avisar a una ambulancia.
-Ni se te ocurra -me dice-. Esto lo solucionamos sin ayuda, tranquila. Juaco tiene conocimiento en primeros auxilios, tranquila. Es la primera vez que ocurre, y no queremos aletargarnos en declaratorias, nos retrasaría en el viaje.
-¿No importa entonces Luciana? -Menciono con mi voz alterada- y sí no resiste en estas condiciones qué, ¿cómo van hacer para cargar con ello?
-No seas especulativa. -responde Tobar- Luciana hace parte de nosotros, importa pero no vamos a llamar a nadie.
-Está bien, entonces me voy, suficiente espectáculo para esta mañana -doy vuelta y empiezo a dar marcha de regreso a casa; aunque creo que no es seguro permanecer allí, no sé por qué empiezo a tener miedo de todos, me abruma el tono definitivo e impetuoso con el que se dirige a mi Tobar, solo deseo dar vuelta e ir a San Agustín a casa de Simón aferrarme a él y quedarme allí por un par de días. Y aquí viene lo que presentía, desde que gire y les di vuelta. Me sujetan por el codo, con fuerza eminente-
-A dónde vas -pregunta Tobar.
-A casa, lo dije hace un momento.
- Flora toda es surrealista – dice Tobar- se escapa a lo real.
-¿Qué? -siento que se me hiela la frente.
Me siento caer. Quiero correr (enhorabuena decidí acercarme a un campamento de desquiciados), maldita sea mi suerte que me conduce a trampas suscitadas por mis propios pasos. Nunca he sido buena en advertir peligros, es como si tuviera dislexia o estrabismo mental para dilucidar, no digamos lo bueno de lo malo; sino de aquello que te mantiene a salvo de situaciones tan traídas de los pelos y de la cabeza como esta. Tengo la sensación de inhalar y exhalar por vez última.
-Todo esto es un ejercicio de experimentación –menciona Tobar- la herida de Luciana es una máscara de maquillaje apta para esa zona del cuerpo y simula un gran peligro por perforada. Luciana solo la ha adherido a su piel. Es maquillaje escénico, lo aprendió en la escuela de artes plásticas a la que iba. Debes preguntarte por la sangre, es tinta roja que también hace parte del maquillaje.
- Me están matando de susto.
Solo me atrevo a preguntar en qué momento armaron todo esto. Viendo los cuatro frente a mí, sostengo la mirada apaciguada por el miedo y el profundo dolor que se desliza por todo mi sistema linfático y faringe. Es un desprendimiento visceral. Lloro. Lo siento por mi vida, se la llevan y es imposible que no me duela. Es cierto que no pensaba conservarla, pero es aquí donde recuerdo lo amado, los grandes amores de mi vida, los sueños que expiraban por años, como un aliento de permanencia. Es una despedida concertada antes de la hora. Augusto ya se ha puesto su pantalón y la pelirroja sigue tal cual antes del show de su progresivo descenso (desnud). Tobar y Juaco están más cerca de mí. Me miran y sonríen.
- Pero, en qué momento armaron todo esto. ¿Cuando hablaba con Tobar tirada en el suelo?
-Cálmate -dice Tobar- estoy contándote los hechos en orden de acción de ocurrencia. Lo armamos justo antes de que vinieras a vernos.
-¿De qué carajos hablan? ¡Cómo pueden decir esa estupidez sino me habían visto antes!
- Te equivocas. Vives en la casa que tiene una pared de vidrio. Excelente ventana.
Me aterro aún más. No soporto la idea de peligro tan pronunciada, inundo en llanto. Los ojos se tornan tenues y ensimismados.
- Antes de que despertaras –dice Tobar- nosotros entramos a tu casa, tomamos una pequeña siesta sobre ese viejo mueble blanco que está en la planta baja, realmente es una reliquia. Luego subimos a tu cuarto, vimos cómo dormías y reposabas tu cuerpo, bajo esa gran cama cubierta de sabanas y almohadones. Tu piel blanca y sumisa hacían juego con esa blusa de encaje purpura que traías puesto bajo el cobertor. Me acerqué a tu oído derecho, ya que dormías de lado opuesto; y te dije suave y claramente que en un rato despertarías en busca de un trago, mirarías a través de tu cristalina ventana y cuando vieras a personas cerca, te acercarías para pedir un poco de trago. Es una técnica de la ciencia de los sueños, ayuda a controlar el subconsciente de la persona que duerme, tal vez por eso parecías recordarme, porque reconocías mi voz.
Estoy atónita… recordaba que en los años de universidad alguien me dijo que un tipo le hablaba de un método de manipulación del subconsciente mientras se dormía, para controlar futuras acciones.
Siempre pensé que se trataba de un mito, de una especulación de fenómenos.
– Ves, el numerito teatral, fue desde antes que vinieras. Una escenificación fabricada para ti.
-No, -digo con la voz quebrantada, la cabeza baja y moviéndola como signo de negación a lo que dice- ¿Qué es lo que quieren de mí? ¿Por qué justamente yo? -recuerdo brevemente las palabras de Simón cuando decía: “vivir en ese bosque por tiempo prolongado es un peligro. No sabes qué personas están merodeando cerca”-.
Las lágrimas cada vez me son menos incontrolables, caen como ecos de lluvia hundidos en la paja; humedecen por completo mis mejillas y mis manos están desencajadas, tiemblan pavorosamente. Me sostengo en silencio, no suscito palabra alguna, solo quiero ahondar en los últimos años, en el abandono que hice a Simón. Sonríen, dicen que no van hacerme daño, que solo me reclutan a una esfera de emancipación. ¿Una especie de cultivo del desquicio?
-Flora, no te vamos a hacer nada, -dice Luciana-. Es momento de que naufragues con nosotros en un movimiento similar al de los jóvenes alemanes en el constructivismo, que empleaban con tintes de impresionismo. Y tú, nuestra querida flora, tienes eso de suscitado por el destino a nuestras manos. ¡Serás un lienzo maravilloso!
Mañana de Cristal
Octubre 9, 2013
Por Paola Andrea Camacho Montoya