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Por Johnny Gutiérrez.

@johnnycspm

 

Cuando Ricardo Vejarano, profesor de Fotografía II en la Universidad del Quindío, hizo la propuesta de viajar al departamento del Meta para hacer registro fotográfico de la cultura de este lugar, sentí esa misma alegría que experimenta un niño cuando su papá juega con él o la que siente una mujer al momento de besar el hombre que ama. El único problema era que el viaje no iba a durar lo suficiente como para  conocer un poco del Meta, en otras palabras, ese beso de amor iba a durar poco tiempo y el pequeño no alcanzaría a agotar todas las fuerzas mientras jugaba con su progenitor; salíamos de Armenia hacia El Meta el jueves al medio día  y nos regresábamos el sábado en la noche. Me parecía  poco tiempo para estar en ese departamento que tiene tanto para contar y  mostrar, pero al fin y al cabo íbamos para el Meta. Eso era lo que importaba, aunque algo inconforme.

 

La inconformidad por el poco tiempo del viaje también crecía en algunos compañeros y entre charla y charla acordamos viajar días antes de la fecha propuesta por el profesor, y así fue. Ricardo no vio inconveniente en que viajáramos antes que los demás. Después de ultimar detalles un grupo de  compañeros y yo empezaríamos la travesía el martes en la noche hasta el día sábado o domingo, según como saliera todo.

 

Armenia-Bogotá-Villavicencio.

 

Martes 30 de Abril: he sabido llegar a La Terminal de Transportes de Armenia, allí ya estaban algunos de mis compañeros de viaje y luego de esperar unos veinte minutos sumábamos dieciséis  por todos. Nuestra compañía transcurría entre cámaras de fotografía, colchones, carpas, sleeping bags, alimentos para el viaje, sonrisas y abrazos de alegría porque íbamos a conocer los llanos; allí estábamos en ese terminal, pero en pocas horas el clima, la gente, el paisaje y hasta la música no serían los mismos que se sienten en la tierra del café.

 

Unos minutos después de abandonar la terminal de Armenia, el frío y luces a los lejos nos confirmaban que estábamos cerca de La Línea, esa que agota a los ciclistas, prueba la habilidad de los camioneros y a nosotros nos permitía ir a la capital de la república, para llegar hasta Villavicencio, Meta.

Bogotá nos recibió con sus grafitis. Al llegar antes de las 06:00 am evitamos el tráfico de movilidad en la ciudad capitalina. En la terminal de Bogotá, después de comerme unos sánduches que venían muy bien guardados desde Armenia y esperar que mis compañeros de viaje desayunaran, el grupo se dividió: unos se quedaron en la ciudad del Transmilenio, otros viajaron para Villavo en un transporte algo más costoso del que podía pagar yo y otro grupo de compañeros, pero antes de las 07:00 am los dos grupos ya emprendíamos viaje para los llanos.

 

Seis horas después de viajar estábamos frente a la terminal de Villavicencio. Christian Aránzazu, Viviana Ramírez, Jose Miguel Echeverri, Eliana de la Pava y yo nos convertimos en compañeros de viaje. Cuando bajamos del bus sentimos el cambio de clima. Pocos minutos después el sudor bajaba por nuestra frente, varios de nosotros nos cambiamos de ropa, ya que veníamos bien  abrigados, debido a que llegábamos de la ciudad de Bogotá y el bus traía aire acondicionado.

 

En El Meta.

 

Después de un breve paso por la capital del departamento, nos dirigimos al municipio de  Acacías. Esta decisión parece haber sido la más sabia, estábamos en un departamento donde éramos desconocidos y visitar otros municipios implicaba un riesgo mayor para nuestra seguridad debido al conflicto armado en este departamento.

 

Los habitantes de este municipio nos dieron buena acogida. Anduvimos un buen rato por las calles del municipio, y en la noche cuando nos disponíamos a buscar un lugar para armar las carpas donde pasaríamos la noche apareció Camilo Poveda, para nosotros un desconocido que poco a poco se convirtió en amigo y que incluso nos invitó a dormir en su casa, hacer de comer en ese lugar y nos recomendó lugares para conocer.

 

Ese miércoles decidimos pasar un tiempo con Camilo, él nos invitó a transitar un rato por la plaza del pueblo. Allí empezó a sonar música norteña, a escucharse las risas de los pobladores de ese lugar. La estábamos pasando bueno, pero el cansancio de nosotros se hizo evidente, por lo cual decidimos ir a dormir, claro que con algo de inseguridad,  porque estábamos en casa de alguien que conocíamos hace menos de cuatro horas, lo que un papá llamaría: “un distinguido solamente”.

El jueves en la mañana abrí la puerta para ver cómo amanecía Acacías, me encontré con filas de hombres con carpetas en sus manos frente a una oficina gubernamental, me acerqué a ellos para resolver mis dudas del porqué estaban allí y me dejaron saber que lo hacían para que les dieran trabajo en las petroleras.

 

Al preguntar más sobre el tema empecé a escuchar voces indignadas debido a las contrataciones que hacen estas empresas, alguno de ellos dijo: “¿Por qué tienen las petroleras, en asocio con Ecopetrol, traer trabajadores de otros lugares para las diferente labores que se requieren allí? ¡Eso es pura rosca!” Me contaron cómo hacen para tener un trabajo en esos lugares personas de otros departamentos. Estas personas pagan hasta un millón de pesos a quien tiene la potestad de dar los trabajos y falsifican documentos para pasar como residentes de Acacías. “Uno cómo hace para tener un trabajo si le toca pagar dizque 1 millón de pesos, por eso estamos aquí, exigiéndole a ese man que autoriza a los trabajadores para que los empleos se queden con gente de aquí, con nosotros los del Meta, y no con los de otras ciudades o países.” Respondió uno de los entrevistados.

 

Ese jueves en la noche, después de conocer algunos lugares de Acacías, ver algunos taladros petroleros y comer un pequeño pedazo de carne llanera, viajamos a Restrepo, Meta, donde esperaríamos a nuestros compañeros de universidad, los cuales llegarían en la madrugada del día viernes.

 

El viernes en la mañana salimos a hacer registro fotográfico, algunos de ellos hicieron su trabajo en Villavicencio, los otros viajamos a Acacías; y un paisaje, de esos paisajes llaneros, nos dejó registrarlo en nuestras mentes para siempre y en las cámaras por mucho tiempo.

 

Volvimos a Restrepo, un pueblo solitario donde ya teníamos el hospedaje asegurado gracias a gestiones adelantadas con la Universidad del Llano.

 

Sábado y el río Meta.

 

El sábado fue el último día con los compañeros de Fotografía II. El destino era Puerto López, Meta. El viaje nos dejó ver esas extensiones de tierra que no sabíamos dónde terminan y de las cuales muchos desconocen sus dueños. Cultivos de arroz,  palma de cera, ganado y un calor agotador hicieron parte del paisaje que sentimos en esa parte del departamento.

 

Entre miedos y calor ahí estábamos. En Puerto López,  muy cerca a la mitad de Colombia, pero también cerca de zonas donde el conflicto armado  se ha desarrollado dejando familias enteras con la sensación de que todo el que llegue es informante, sapo, guerrillero,  paramilitar  o peor aún, que viene a usurpar sus tierras. Y así transcurrió el viaje por el Meta. Entre miradas e historias de guerra y entre sonrisas y sombreros de esperanza. Entre camionetas con sus vidrios polarizados y camiones yendo y viniendo cargados de gasolina y pintados con tierra, de esa tierra que Puerto Gaitán (venían de allí) sabe dar. Entre canoas, sin motor como el de esas camionetas y barcos que hacía el Vichada van. Así se nos pasaron algunos días en el Meta, un departamento tan rico y agobiado por la corrupción y con tanta esperanza como el petróleo que guarda.

Un viaje por el Meta

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