Las olas de la mar
Christian Aranzazu
-“Si no compran ya se quedan sin viaje, la capitanía ordenó vender no más hasta las tres de la tarde porque el mar está verraco, está enfurecido”. Nos advierte a la entrada uno de los vendedores, que además de cazar pasajeros, tiene un puesto en el que vende conchas de mar, caracolas, arrechón y biche, estos últimos licores de fabricación artesanal.
Eran las tres menos treinta y efectivamente nos fuimos a comprar los tiquetes. La dinámica es la siguiente, usted compra los tiquetes ida y vuelta por quince días, es decir, paga 55mil pesos y debe guardarlos con mucho cuidado porque de ellos depende su retorno; si usted no quiere volver hasta 20 o 30 días después, pues paga de nuevo su regreso.
Fuimos a buscar algo de comer y cuando regresamos de nuevo al puerto, nuestra lancha, la de las tres, la de La Barra, acababa de salir. Ahí estábamos, con caras largas en pleno 31 de Diciembre y con tiquetes comprados, sin lancha y en buena o mala ventura. La única opción que nos dieron para no tener que quedarnos fue ir a Piangüita, la primera playa que se encuentra después del puerto. Está a media hora y es la más visitada, tumultuosa y agitada, allí pasamos el año nuevo, golpeados por la lluvia y aturdidos por la irritante melodía de la música decembrina.
Al día siguiente no vacilamos en madrugar y lanzarnos de nuevo a la mar, La Barra nos esperaba. Es un recorrido de una hora en lancha, y como en realidad el mar estaba rebotao’, había momentos en los que la lancha se chocaba fuerte con las olas y se elevaba alto. Las señoras se agachaban y escondían la cabeza entre las piernas, los señores agarraban con fuerza las barandas, mientras los niños y nosotros, gritábamos como en un parque de diversiones.
La Barra no tiene puerto, llega entonces a Juan Chaco y se toma un jugo, una cerveza, agua o lo que prefiera porque el calor es bastante fuerte. Hasta allá puede irse caminando por la playa, pero como el mar estaba exasperado no era muy buena elección para nosotros. Un tractor con carrocería que funciona como autobús y que por dos mil pesos lo lleva hasta la entrada de La Barra, es la otra opción.
Si usted es guerrero o no tiene suficiente plata, se aguanta el calor y la caminata durante 45 minutos que pueden ser menos o más dependiendo del paso al que camine, si no, siempre habrá alguien dispuesto a llevarlo en moto por diez mil pesos. El trayecto es entre un bosque en el que encontrará lodazales, casas de turismo y pequeñas parcelas con sembrados de las personas que viven allí.
La primera imagen de La Barra es desde un altillo del que se atisba un paraíso tropical, el mar verde diamante, la brisa, las palmeras altas meciéndoseal ritmo del viento, al ritmo del Pacífico, el ruido de las olas que tropiezan con la playa y el hedor a humedad.
Es un caserío de pescadores sobre la costa pacífica de población afro descendiente, un territorio por obviedad húmedo que da vida a la espesa vegetación que la rodea. Limita con el Chocó y es el lugar apropiado para alejarse del turismo convencional. Además, fue el escenario de la película colombiana “El vuelo del cangrejo” de Oscar Ruíz Navia, narra la historia de un líder de los nativos afro que se enfrenta a un terrateniente que planea la construcción de un hotel en la playa.
Allí hay dos opciones de hospedaje. Campar en la playa bajo las chozas que construyen los nativos con madera y palma le costará cinco mil pesos, o alojarse en las cabañas que van desde 15.000 a 35.000 pesos la noche. Nosotros preferimos campar, no por lo terapéutico de la arena en la espalda, sino por ahorrar dinero.
Después de caminar, preguntar precios y buscar un lugar atrayente, llegamos donde la mama Dominga, madre de ocho hijos y abuelade una productiva cosecha de nietos, toda una belleza. La mama Dominga, como la llamé, es un ángel para los visitantes, preocupada porque no nos fuéramos a ahogar en el mar, siempre con un plato abundante de comida y empanadas de Piangüa, que es un pez muy fácil de pescar en las mañanas.
Ella no es muy buena con eso de cobrar, termina regalando su trabajo y su comida, entonces como yo era el encargado de ir a preguntarle cuánto debíamos, siempre terminábamos haciendo algún negocio bajo cuerda.
-Mama Dominga, ¿cuánto le debemos por el almuerzo?
Mmmmm… ¿será mucho 8 mil pesos?
- ¡¿Ocho mil?, nooooo, cobremos 15mil!
Regresaba donde mis compañeros de viaje y les decía: -Muchachos pongan pues, son 15mil pesos. Entonces, la mama Dominga se reía con la picardía de un chiquillo, mientras yo le hacía un guiño.
En la barra hay mucho por hacer, desde quedarse en una hamaca semi-deshidratado durmiendo todo el día, escuchando las olas de la mar y a la mama Dominga cantar, hasta salir a caminar por la playa rumbo a los manglares. En las noches, o hace una fogata en la playa con viajeros de otras ciudades y países, o se va a una de las cuatro discotecas hechas en madera y con luces de neón, en las que la rumba es con Biche y Arrechón.
Como mochileros, optamos por la primera opción. Una fogata inmensa alimentada por maderos que estallaban impacientes por arder, soplada por el viento y acompañada por Gaitas y guitarras. No tardaron en llegar atraídos por el fuego dos alemanes, un japonés y tres rolos; estos últimos fueron los que ocuparon nuestros puestos cuando el 31 de diciembre perdimos la lancha que iba para La Barra, pero de la que nos salvamos, porque estaba tan arrebatao’ el mar, que al enfrentarse la lancha a una ola de fuerza incontenible, se volcó. Una anciana murió a causa de un infarto y los demás pasajeros quedaron náufragos, perdieron sus maletas y demás pertenencias, estuvieron allí durante media hora hasta que otra lancha los rescató.
Durante el día puede ir a remar entre los manglares en medio de una belleza exuberante, hasta los lagos de agua dulce que se forman entre las rocas por la desembocadura del río. Es un trayecto de aproximadamente hora y media, ida y regreso. Después de tanta sal un chapuzón en estos lagos es un éxtasis glorioso y esto por diez mil pesos.
Pero ajá, esa misma tarde después de disfrutar del atardecer estábamos llegando cuando Miguel, nuestro guía, exclamó: “¡ese es el ahogado!” Volteamos amirar y ahí estaba, era un palao’ de aproximadamente 25 años. Nos enteramos después por el rumor de la gente, que era de Sevilla Valle y que hacía cuatro días andaba perdido, pero el mar no se queda con nada y todo lo que se lleva lo devuelve, en este caso pálido e hinchado.
Esa noche sentimos la muerte tanto como la vida, la simplicidad del tiempo, la fragilidad del viento y la grandeza de existir. Una última fogata, una última ‘cantata’ y hasta pronto a la playa, a la mama Dominga y a las olas de la mar.
- Hace poco, la barra fue casi borrada del mapa. La marea alta con ímpetu incontrolable se llevó todo lo que encontró en su paso, dejó escombros y vacios -






Miércoles 20 de agosto