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Christian Aranzázu 

www.facebook.com/christian.aranzazugomez

 

 

Son las siete de la noche y nos dirigimos hacia la casa de ‘Keko’, el italiano que al llegar de nuevo a San Agustín, después de visitar su país, ofrece una gran fiesta de pizza. Fedra,  no la princesa cretense de la mitología griega, que fue raptada por Teseo y empujó a Hipólito a la furia de Poseidón, si no Fedra Santamaría, una calarqueña profe de inglés en la vereda Pradera es quien me acompaña y ofrece su casa como hospedaje.

 

Caminamos lentamente, el cielo siempre inundado de estrellas y la luna con gran brillo nos muestra el camino. Al llegar allí, un grupo de aproximadamente 20 personas se encuentran alrededor de una mesa alargada. Es una casa hecha mitad en guadua, mitad en cemento.  Al lado de la mesa hay un horno  del que cada cinco minutos sale una pizza con distintos ingredientes, pues los invitados, americanos y europeos, llevan diferentes ingredientes orgánicos cultivados en sus propios hogares.

 

Un caluroso saludo nos recibe, y una bandeja con pequeñas porciones de pizza es puesta en nuestras manos. La música no se hace esperar, guitarra, maracas, armónica, didgeridoo y cuanto instrumento hindú, artesanal o de meditación se pueda imaginar.

 

Después de comer y beber me encuentro sentado al lado de Frucht Zwerg un alemán que poco español habla: “vengo hace años ya por latino América en caravana de cura, expandiendo la espiritualidad y ayudando a comunidades vulnerables en Latinoamérica.” De repente se alza de la mesa, busca algo en su maleta y vuelve.

 

Es un instrumento que no había visto antes, ha de ser familiar del acordeón, pues es similar. Empieza a tocar y hacer sonidos con su voz, de repente hay un silencio absoluto, la vibración nos atrapa y en ese momento entiendo por qué “caravana de cura” la vibración que emana el instrumento junto con su voz logra una reacción indescriptible en el interior del cuerpo, una sensación de calma.Termina de tocar, un pequeño silencio se prolonga y de repente se escucha una risa, todos nos reímos y como por arte de magia, una nueva tanda de pizzas se extiende sobre la mesa. Carlos y Marta, los españoles, nos dicen a Fedra y a mí que sería bueno ir bajando, nos despedimos con gran entusiasmo entre abrazos, sonrisas y una gran energía. Salimos de nuevo al camino. 

Nada es para siempre.

 

Marta tiene 40 años, es economista, trabajó con la Embajada de Ecuador y con distintas organizaciones en Latinoamérica. Llegó a Colombia junto a Daniel, mi vecino en aquel lugar,  un profesor británico de historia latinoamericana, que  por intermedio de una fundación arribó  al distrito de Agua Blanca en Cali.

Un día decidió viajar a San Agustín y encontró allí lo que en realidad venía buscando desde Europa, una vida lejos de la economía y el  dinero. Carlos, su compañero sentimental tiene 38 años, es director de teatro, llegó a san Agustín un día antes que yo, entusiasmado por lo que Marta le contaba de aquel lugar. Ella lleva ya  un año y medio instalada en este municipio. 

 

Viven  cuatro fincas antes de la que me hospeda, no tienen muebles, televisión, internet, nevera y muchos otros elementos tecnológicos que son tan indispensables en otro estilo de vida, cuentan con lo que para ellos es lo más importante, la cocina. Al día siguiente nos invitan a un asado, somos unos cuantos  los invitados, pues son pocos los que allí se alimentan con la carne de otros seres vivos.

 

Hoy no es mi día de baño

 

Anita y Caliche, invitados al asado, son una pareja de  putumayenses que viven en San Agustín hace 20 años. Altos, morenos, cabellos largos, rasgos muy indígenas. Hablamos un poco y me invitan a visitarlos. Vienen de las culturas ancestrales de nuestro país, el misticismo del yahé, las plantas sagradas y la conexión con los dioses.

 

 Después de un largo camino, al llegar a su casa, se escucha la voz de Caliche “hoy no es el día de baño, Ana no me voy a bañar.” Nos reímos y entramos por la cerca de alambre. Es una casa de tres pisos hecha en guadua, ubicada estratégicamente para disfrutar de una de las vistas más hermosas.Ya es normal para mí,  no hay muebles, televisión, internet, lavadora, nevera etc.

 

Son artesanos, fabrican lo que creen necesario.Ellos mismos construyeron su casa, trabajan la madera, cultivan su café, lo muelen y tuestan en una olla sobre su estufa, que consiste en un par de ladrillos con una parrilla y unos cuantos leños encendidos. Cultivan parte de su comida y fabrican de manera artesanal zapatos, ropa, collares.

 

Esto es para que practiques la paciencia.

 

Salimos de la casa de Ana y Caliche al atardecer. Como puestos en el camino, nos encontramos dos paisas,  Sara y Andrés, Fedra ya los conoce, los saludamos, me presento y nos invitan a visitarlos.

Un sol radiante ilumina mi siguiente día en san Agustín. Como Sara y Andrés viven cerca al río, nos disponemos a saludarlos, llevamos algunos alimentos para preparar con ellos algo de desayuno.  Hay que caminar un poco. Al llegar nos recibe Andrés junto con Inti, su hijo de 4 años. Tanto  Inti como Gopala, la hija de Daniel el inglés, también de 4 años, hacen meditación en las mañanas.

 

Una casa grande con las paredes pintadas de todos los colores, los niños corren por los pasillos y el sol es cada vez más brillante. Sara y Andrés, viven allí hace 15 años,  nunca estudiaron más que hasta 5º de primaria, a la edad de 18 y 19 años decidieron salir de Medellín como artesanos a viajar por el país. Llegaron a San Agustín y encontraron allí el lugar perfecto para vivir, tienen dos hijos, Inti y un  bebé que carga Sara en sus brazos.

 

Aunque no estudió más que hasta 5º de primaria, Andrés habla con mucha propiedad de literatura, ciencia y religión, pues decidió educarse él mismo. Después de comer y hablar un poco vamos a bañarnos al río, un pequeño camino entre los cultivos, cilantro, cebolla, papa, arracacha, ají, café. La historia se repite, no tienen nada tecnológico más que las guitarras, los otros instrumentos y un celular con el que se comunican con su familia

 

Al regresar, Inti y Gopala se encontraban jugando, me siento a verlos y de repente Inti se levanta, se acerca a Gopala y le dice:

 

  • Gopala es la hora de la pelea

  • No Inti, no es la hora de la pelea, no quiero.

  • Si, si es la hora de la pelea.

  • ¡No! – responde bastante enojada.

  •  

De pronto llega Andrés y pregunta:

 

  • ¿Qué pasa Gopala?

  • Que Inti dice que es la hora de la pelea pero no quiero, no quiero pelear.

Andrés con una sonrisa en su rostro le responde:

  • Es que eso, es para que practiques el perdón.

 

Hasta pronto San Agustín

 

De esta forma educan a sus hijos, esto es para que practiques la paciencia, esto es para que practiques la fuerza, esto es para que practiques el perdón. Con pequeñas pruebas que los preparan para una nueva educación. “Alguna vez leyendo un libro me encontré con una frase que decía que el  problema del hombre es que desarrolló tecnología y un sistema económico, antes de desarrollar valores como el amor y la solidaridad, y no es que estas herramientas sean malas, el error está en que no saben cómo emplearlas correctamente”. Agrega Andrés.

 

Salimos de la casa de Sara y Andrés después de comer, nadar y aprender, con una despedida como todas, llena de efusividad y alegría. 

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Comunidades orgánicas, San Agustín Huila. 

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