A Fernando no le hace falta ningún tornillo
Nandufer: Al ritmo de las baterías
Por: Óscar Cardona R.
El arranque de su actuación es una mezcla de fluidos de energía, ansias, botas texanas algo desgastadas, un sombrero al estilo de cualquier respetado ‘traqueto’ colombiano y un traje blanco con figuras de dibujos animados de los ‘looney tunes’. Él se tranquiliza un poco mientras hace ejercicios de respiración y vocalización esperando el aturdidor y estresante “¡Ya!, ¡Al escenario!, ¡A cantar!” Mueve las piernas en signo de nerviosismo mientras se acomoda el traje, de repente, se dirige al centro de la reunión e inicia su actuación con una voz imponente, algo gruesa y rasgada, animando al público al mejor estilo de Jorge Barón; pide las palmas al iniciar la balada de Juan Gabriel, con el CD pirata de 62 pistas. Al terminar cada canción recibe sus merecidos aplausos aunque se haya perdido en unos cuantos tiempos casi imperceptibles para el auditorio. Limpia la frente de sudor mientras interpreta cada una de las canciones de autores como Vicente Fernández, Ricardo Arjona, Rafael, Nino Bravo, Leo Marini, Camilo Sesto, entre otros. Nandufer termina su acto con todo el amortiguador del mundo.
Pero no sólo de cantar vive el hombre promedio colombiano, así pues, en el arranque de semana sus manos se ennegrecen de tanta grasa como si hubiera cogido un carbón. Luis Fernando Castro, o ‘fercho’, como le dicen sus clientes y amigos, es un mecánico eléctrico que trabaja arduamente para sostener a sus dos hijas. Mientras espero para poder entablar la tertulia con él observo su taller, con carros tan amontonados como un juego de tetris, unos tres jóvenes y un señor obeso desbaratando brutalmente un automóvil con hachas y martillos, según él porque era más costoso el arreglo que el viejo carro; miles de tuercas y tornillos regados por todo el garaje; un radio pequeño con la infaltable emisora popular; varias guitarras colgadas en la pared y el tradicional afiche de una mujer desnuda que, según él dice, “Todo taller tiene su afiche con mujeres empelota porque la gasolina está mezclada con el placer y la bebida, y uno de los placeres de la vida son las mujeres”.
Finalmente logro dialogar con el electromúsico, como se hace llamar, y le pregunto, sin tapujos, por qué se nombra Nandufer artísticamente; él, mientras arregla la correa del alternador de un carro, me responde que quería un nombre original, así que buscó un nombre relacionado con el suyo, tales como: Fernán, Luisfer, Fercho, Ferdinando y Fernancho sin conseguir resultado alguno, debido a esto trucó su nombre usando las sílabas de Fernando dando como resultado ‘Nandofer’ –“Pero como la letra O hace que el nombre suene muy grave y bajo, decidí ponerle la U y así es como quedó Nandufer” manifestó Fernando mientras echaba una sonrisa profunda sosteniendo un destornillador en su mano derecha.
Me invitó a un café, que más tenía de agua panela que de café, a tal punto que el señor que lo estaba vendiendo resultó pidiendo disculpas por la mala calidad de éste. A Ferdinando se le fundió su día de trabajo y se dispuso a dialogar conmigo. Se limpió las manos con jabón para ropa alrededor de siete minutos porque según dice que “el aseo es imprescindible para poder quedar impecable, uno se tiene que quitar la mugre del día”.
Nació en Herrera, al sur del Tolima, su primer recuerdo surgió a los 4 años de edad cuándo se mutiló el dedo pulgar derecho al caerle un machete encima, aunque esto no fue impedimento para expresar la actitud de estar bien, con la mano; dice que desde ese momento recuerda todo lo de su vida. Su primer trabajo fue el de ‘espantapájaros’ como una forma rudimentaria de cuidar los cultivos de las aves y poco después fue desplazado por la violencia con su familia por pájaros ‘azulejos’, debido al conflicto bipartidista de los años cincuenta, esto los trajo al departamento del Quindío; por ese tiempo Gareteó* y se aburrió en la ciudad.
Se fue de su casa a los nueve años de edad, “Deserté de la familia y fui al Valle” Expresó Don Luísfer, mientras se peinaba el cabello en el taller; lo contrataron en una finca donde trabajaba arreando el ganado, y hacía las labores de cuidado de los animales y la casa. Su mamá lo buscó por cielo y tierra hasta que dos años después lo localizó, aunque los vecinos la vieran como una loca preguntando por su hijo. La suma de lo anterior me lo dijo mientras se arreglaba, limpiándose las uñas, cambiándose de camisa, echándose loción, amarrándose los zapatos y peinándose a lo Elvis Presley. Todo esto al mejor estilo de la metamorfosis de Kafka de manera inversa.
Ferdinando dice que su amor por la música fue heredado de su familia en la que hubo cuna musical, con tíos y abuelos que tocaban tiple y guitarras. Por su parte, la música en su infancia y adolescencia no fue de influencia significativa, salvo algunas baladas y la música de Los Cuyos escuchadas desde el destartalado radio a la hora del trabajo, como constructor y ebanista. Aunque estudió solo hasta quinto de primaria, pudo sacar un título en el SENA, allí realizó estudios en mecánica rural, por error a que quería ser ‘electricista de carros’, siendo el mejor estudiante de su carrera; después entró a estudiar en el colegio San Solano, ubicado en la ciudad de Armenia, en jornada nocturna para terminar su bachillerato, haciendo teatro, cantando, estudiando y enamorando. En esa época encontró a su primer amor, esa a quien no le gustaban los hombres finqueños, pero como dice él: “Al que no quiere caldo se le dan dos tasas”, ella fue su primera esposa y la mamá de sus dos hijas.
Trabajó en Metalmecánicas e Indumetal, pero debido a una enfermedad se vio obligado a dejar su trabajo y empezó a calentar su cama; meses después un amigo lo contacta y lo invita a ser guarnecedor, y debido a su tiempo libre mejora en su ámbito musical, aprendiendo aspectos nuevos de la guitarra y vocalización.
Mientras él relata su historia, no para de tener esa esencia jocosa y alegre que tanto lo identifica, algunas veces observo cómo es su oficina en el taller, con fotos de sus hijas debajo del vidrio del escritorio, un par de luces blancas iluminando deficientemente el cuarto, muchos CD’S piratas tirados en la mesa y la infaltable guitarra en sus manos.
Finalmente se dedicó a la mecánica con ayuda de un amigo, empieza a mejorar su especialidad poniéndole un timón a su vida e inicia su carrera como cantante asistiendo a clases de guitarra que más tarde le regalarían sus primeros ahorros. El motor de su vida prende marcha, y compra un lote en el barrio Centenario de Armenia. Ya la música es su hobby, dejando a un lado el fútbol, las mujeres y hasta los amigos bebedores. Con dos compañeros monta canciones acordes a sus gustos tales como ‘Cosas como tú’ o ‘Sin ti’. Inició ‘surrungueándole’ a los amigos y cantándoles cada año y sin falta a sus hijas ‘El camino de la vida’. Se independizó y creó su propio taller mecánico y su carrera musical, con el pelo corto y la sonrisa más larga.
Nandufer nace en un concierto con sus amigos, él con su guitarra y su sombrero logra cautivar a cada uno de ellos. Su guitarra siempre lo acompañó en su taller por largos años como una suplencia en su vida. ¡De repente!…. coge el instrumento y empieza a cantar, sin pensarlo dos veces, ‘El camino de la vida’, mi rostro no pudo ocultar el asombro al ver al que hace unos minutos tenía grasa en los dedos ahora estaba convertido en todo un Héctor Ochoa. Aunque la guitarra estuviera evidentemente desafinada para mis oídos, su cantar era tremendamente afinada y tranquila, mis cejas se alzaron y mis ojos se iluminaron mientras la guitarra y su voz emitía nota musicales.
A los seis años de cantarles a sus amigos, un señor le sugiere interpretar con pista, con el plus de que tenía el cliente, las pistas, y los equipos para actuar; Fernando le exige que para realizar su actuación debía tener pistas de Beto Fernán, cosa que le conseguiría poco después. De este modo su carrera musical inicia con las actuaciones como solista.
-“¡Bueno, sí… uno, dos! ¡Hola! ¡Probando! ¡Sonido, sí! ¡Bueno, señoras y señoras, con ustedes 20 años de éxito, con una trayectoria desde el San Solano hasta el barrio San José!”- Expresó Nandufer mientras ecualizaba el amplificador como cualquier mariachi con sombrero mexicano. Mientras organizaba noté una calcomanía de ‘Colombia Tiene Talento’, sin pensarlo dos veces le pregunté si había participado en éste y para sorpresa mía me respondió que había participado en el ‘Factor X’ y en ‘Colombia Tiene Talento’, ambas sin resultado alguno.
Nandufer se podría describir con su guitarra que resalta en el taller, con su forma delicada y destacada, algo sucia y untada de grasa, rodeada de alambres, aparatos mecánicos, tuercas, tornillos, trapos y luces que contrastan con la suavidad y la elegancia de la guitarra. “La música es como el polen, cuando lo arrastra el viento y se le va pegando a uno” expresa antes de iniciar su ensayo.
Arranca su actuación en el taller, son las 7:23 de la noche, y reproduce en su DVD “Sin tantita pena” de Alejandro Fernández, el amplificador hace retumbar las paredes y las tuercas del taller, con más de un vecino mirando por la ventana esperando ver a un grupo mariachis cantándole a la mamá del barrio. Se pone su sombrero de vaquero y sin pena alguna canta más fuerte con cada canción que pasa. Yo, mientras miraba su presentación, estaba anonadado al ver como este hombre cantaba con tanta fuerza y pasión como si estuviese en un concurso de canto por televisión nacional. Bailaba, brincaba, movía las manos, cerraba los ojos y hasta pedía aplausos a un público de tornillos, cables y carros.
