Por Alejandro Camelo
Malabaristas, lanzadores de fuego, vendedoras de rosas, el declamador de poemas; los seres invisibles que encontramos en cada semáforo, quienes a nadie le importan y a quienes nadie les importa, a esos seres que deshumanizamos en su rebusque, pero por los que también perdemos nuestra humanidad y nos volvemos fríos y secos cuando subimos el vidrio y miramos a otro lado.
La sociedad del semáforo es una película colombiana en tributo a todas esas personas con más ideas que oportunidades, que cada día están frente a un semáforo esperando que marque rojo para que comience el acto que culmina con el amarillo.
El drama de esta historia gira alrededor de un semáforo y el corto tiempo para trabajar que tienen los vendedores ambulantes, quienes confían en la creatividad e ingenio de Raúl, un afrodescendiente reciclador que intenta dar solución a sus problemas.
Esta es una película crítica de nosotros como sociedad y como individuos de una ciudad, de un país incapaz de atender sus problemáticas sociales; es una película real y sin pretensiones de nada, llena de diálogos con simbolismo y cuestionamientos hacia sí mismos y los demás, muestra lo decadente de la sociedad y lo egoístas que somos como individuos, donde solo importa el yo.
Lo único que le critico a esta producción es su larga duración y la de algunas escenas que en últimas no cambiarían mucho la trama; por lo demás no tengo queja, me parece que hay un buen uso de las imágenes y los planos; y ni qué hablar de los personajes, cada uno es único a su manera.
Y aunque algunos la consideren pornomiseria del cine colombiano, yo los invito a que la vean, pero no con los ojos críticos y criticones normales, háganlo desde la construcción de sociedad y de las falencias que existen.
La sociedad del semáforo
