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Nebraska

 

Por Laura Hernández

@LauraNoJoda 

Nebraska es una película lenta que enamora, su formato a blanco y negro le da fuerza al concepto de vejez y a los deseos que se tienen siempre en esa época de la vida. Los paisajes y los planos generales se apropian de la trama y transmiten, más que cualquier cosa, sentimiento. No se puede verla y no dejarse cautivar de la mínima locura e inocencia de los personajes, no se puede verla y no terminar con ganas de más.

 

Muestra realidades y costumbres. Un matrimonio afligido por el tiempo, la monotonía y los malos tratos… quizá aún haya algo de amor en eso, pero refleja el poder del tiempo y de las cosas vividas en familia. Woody, el protagonista, es un viejo terco que decide ir en busca de un sueño, reclamar un dinero y dejarles algo a sus hijos. Un billete de lotería con un número erróneo no es cosa de otro mundo, se gana y se pierde, pero para él solo existían las ganas y la contradicción de reclamar algo que no estaba.

 

Cuántas personas no van por ahí queriendo que todo fuera diferente y cambiara sus vidas de la noche a la mañana, pero dejan a un lado lo importante, cosas como la familia, el tiempo compartido, las experiencias. Esta película muestra cómo el amor de un hijo puede llenar satisfacciones y deseos, que se debe compartir y aprovechar a los padres en su momento y tratar de llevarlos detrás de las ideas más locas pero posibles de vivir. Una película de Alexander Payne que vale la pena apreciar. Su concepto, su fotografía tan limpia y las escenas chistosas, tristes y raras, hacen parte del mundo del viejo aquel que se ve tan cuerdo, de aspecto dejado pero algo tierno.

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